domingo, 10 de julio de 2011

MIrando a las musarañas (26) - Noche de palmadas.


Es tiempo de mosquitos. Ya empiezan a molestarnos con sus picaduras y su zumbido tan particular (no sé expresar su onomatopeya), y siempre, detrás de ese zumbido, el chasquido de una palmada ¡plas!, hasta la próxima.

Insecto del orden de los dípteros, chupa la sangre de las personas y animales de piel fina, por lo tanto es transmisor de enfermedades. Las hembras son las que chupan la sangre; los machos son más románticos y viven del jugo de las flores. Había otra clase de mosquito que se movía a base de gasolina y que no picaba, pero que también era molesto por el ruido de su pequeño motor, que se acoplaba a las bicicletas. Era el paso previo a comprarse una motocicleta.

Los mosquitos son tema de conversación en las calurosas noches del verano y en sus mañanas. Quién no ha comentado “vaya noche de mosquitos”. Son objeto de reportajes en televisión, muchos son los pueblos que agotan los insecticidas de sus pequeñas tiendas y los sufridos vecinos muestran a la cámara sus picaduras.

Dicen quienes saben del tema, ante la pregunta de por qué pican a unos y a otros no, o al menos con tanta saña, que el territorio lo delimitan los olores corporales. En mi niñez sufría el ataque de los mosquitos, pero cuando venían mis primos a pasar el verano con nosotros, eran el blanco de sus ataques. Por ese tiempo mis hermanos y yo descansábamos de las picaduras. Los mosquitos encontrarían un nuevo placer en probar una sangre nueva y acercarse a un nuevo olor.

Las mujeres también delimitan su territorio diciendo “eres más pegajoso que un mosquito”.

Nos esperan muchas noches de palmadas o convendría tocar palmas de tango como protesta. ¡Felices noches de verano! sin mosquitos.

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