jueves, 27 de junio de 2013

En los libros todos amamos a los grandes viajeros.


Si uno tiene mucho dinero puede escalar el Everest. Si uno tiene mucho, mucho dinero puede, por ejemplo, vivir (sin riesgo) en una isla desierta. Si uno ya está podrido de pasta puede plantearse hasta viajar al espacio. Qué asco de mundo este. Pero hubo un tiempo en el que había que ganarse eso de dejar huella en lugares imposibles. La épica era un concepto real por el que había que pagar un precio, sí, pero en sangre, sudor y lágrimas. Una era en la que el hombre quería saber de verdad si más allá había dragones. Ahora que el ser humano ha explorado casi cuanto hay por explorar y ha llevado su cuerpo al límite, ¿qué queda? Malos tiempos para el honor y la gloria. Pero recordemos que hubo un tiempo, ay, glorioso tiempo, en el que todo estaba por descubrir y todo por superar. Una época de grandes gestas. De ansia de sabiduría y conocimientos: La época de los grandes viajeros.

Que levante la mano quien no sepa quién fue Charles Darwing. Ahora, que la vuelvan a levantar quienes sepan quién fue Robert FitzRoy. Pues bien, el primero tal vez no habría formulado su teoría del origen de las especies si no hubiera conocido al segundo. La extraordinaria novela Hacia los confines del Mundo, de Harry Thompson, nos lleva en el Beagle a ese viaje que lo cambió todo. Darwing, la ciencia y el progreso frente a FitzRoy, la fe y la tradición, mantienen un apasionante choque dialéctico en el que cada uno defiende su manera de entender el mundo y ojo, ambos de manera objetiva y aportando pruebas. Porque te lo cuenta FitzRoy y ves las huellas del diluvio universal. No recuerdo haber leído nada que me haya emocionado tanto como el paso de esta expedición por los Andes. El pulso se acelera, y es que el mundo entero estaba cambiando ante los ojos iluminados del joven Darwing. A partir de ese momento en el que todo cobraba un nuevo sentido la historia vuelve a contarse. Y aunque es fácil pensar que el héroe de esta gran novela es nuestro naturalista, no es el caso. Una daría la vida si pudiera por nuestro capitán, Robert Fitzroy quien encarna como nadie conceptos como ética, moral, honor. ¿Nos cuenta esta novela únicamente la historia de este viaje? No, faltaría más. Nos habla de cartografía, de la conquista de Nueva Zelanda, de las catastróficas consecuencias de creer en el concepto del “buen salvaje” al que es necesario “educar”, de tormentas en el mar (esas que FitzRoy luchó por predecir aun siendo considerado un loco) con olas como paredes que descargan toda su fuerza sobre el bergantín... Por favor, lean esta novela.




El 14 diciembre de 1911 Roald Amundsen y su equipo alcanzaron el Polo Sur. 35 días después lo haría el grupo de cinco hombres liderados por Robert Falcon Scott. Como Zweig expresa mejor que nadie en una de sus miniaturas históricas “lo grandioso, lo que era inconcebible para la humanidad ha sucedido. El Polo, inanimado desde hace miles y miles de años, tal vez incluso desde el comienzo de los tiempos, ha sido descubierto dos veces en el transcurso de una molécula de tiempo”. Los ganadores ya tienen su lugar en la historia. La épica suele pertenecer al perdedor, más si no solo fracasa en su hazaña sino que además se deja la vida en el intento. Sobre la gesta de Scott hay mucho escrito, destacando El Peor Viaje del Mundo, escrito por Apsley Cherry-Garrard, uno de los supervivientes de la expedición. Sin embargo, es un libro mucho más breve el que a nada que uno tenga algo de empatía le congela hasta el alma y es, por supuesto, el diario del propio Scott. Lo leemos conociendo el desenlace, sabiendo de la suerte de cada uno de ellos. Por eso se hace un nudo en la garganta viendo el ánimo con el que el 16 de enero emprenden los últimos 50 km que les separan de su sueño. Pero ese día Bowers ve un pequeño punto oscuro en medio de la nieve. “Todo el trabajo, todas las privaciones, toda la angustia, ¿para qué? Nada más que por un sueño que ahora se ha derrumbado”, escribe Scott. Dos días más tarde llegan al Polo: “Aquí no hay nada que ver. Nada que se diferencie de la atroz monotonía de los últimos días”. Tristes, junto al trofeo de Amundsen, clavan la “Union Jack”. Ahora hay que volver. “Me espanta el regreso”, nos dice el capitán. Las páginas que siguen duelen hasta el desgarro. El primero en morir será Evans, el 17 de febrero. Un mes más tarde será Oates quien diga eso de que “Voy a salir un rato. Probablemente tarde en volver”, intentando dar una oportunidad a sus compañeros, puesto que él sabía que con los pies ya sin dedos no iba a lograrlo. El 29 de marzo Willson, Bowers y el propio Scott asumen que ningún milagro podrá salvarlos. Se acurrucan en sus sacos y se disponen a morir. Pero nuestro capitán aún tendrá tiempo de escribir unas últimas palabras. Y aquí es cuando hasta el lector más frío se desmoronará. Sus últimos pensamientos son para los amigos, para la nación inglesa (a la que pide cuide de su mujer y él mismo corrige: viuda) y para su esposa. No muestra más que gratitud en estas palabras. Y pide disculpas por no haber logrado la hazaña. Ante alguien así solo queda plantar una rodilla en tierra y enmudecer.



Finales del siglo XIX. Marlow, capitán de un pequeño vapor de una compañía europea, se adentra en la selva africana en busca de Kurtz, agente comercial de un puesto interior que ha caído enfermo y a quien debe relevar. Con este sencillo argumento Joseph Conrad nos va a explicar de una vez por todas qué es la soledad, el aislamiento y por qué el hombre va a estar siempre en conflicto con la naturaleza y con su naturaleza. Somos animales sociales, pero sobre todo, animales. El Corazón de las tinieblas es una radiografía rotunda del alma humana. Conrad vivió seis meses en el Congo devastado por la Bélgica de Leopoldo II. Esa experiencia debió marcarle a fuego, y quizá por ella se vio abocado a hacerse preguntas muy difíciles, que responde sin paños calientes en unas cien páginas gloriosas, pero de pesadilla. Esas que inspiraron a Coppola para rodar su Apocalipsis Now. La búsqueda del hombre civilizado en pos del origen y los límites de su naturaleza es la que recorre Marlow río arriba, tras el misterioso y fascinante Kurtz, seducido por las tinieblas de la selva, que son las suyas. Marlow, aunque transformado por el viaje, resistirá a “la fascinación de lo abominable”. Kurtz, sin embargo, se dejará llevar. Marlow elige conscientemente asumir unas convenciones y se sitúa del lado de la civilización, pero sentirá en todo momento la atracción por las tinieblas, y así envidiará las últimas palabras de Kurtz: “¡El horror, el horror!”, pues aunque se haya perdido, Kurtz ha visto el corazón de las tinieblas y ha vivido y muerto de una manera que la indiferente, tibia y escéptica vida de Marlow no conocerá. Al final, reconocerá humillado que una vez se vio al borde del abismo y no encontró nada que decir. Kurtz sí tuvo algo que decir, y lo dijo.




Por Rita Sánchez

4 comentarios:

Antonio dijo...

¿Tenéis el de los confines del mundo en la librería?

Rita Sánchez dijo...

Antonio, la semana que viene lo tendremos de nuevo disponible en Librería Europa.

turista del futuro dijo...

Muy buenas,

Me permito cambiar de tema pero tengo una pregunta desesperada. Mi novia y yo vamos a Nerja todos los veranos y estamos un poco hartos del plan guiri. De hecho, siempre hemos ido de copas al bar heavy de la plaza tutti fruti (dudo si se llama así) pero me temo que cerró. La duda es: ¿hay algo en Nerja que no sea un bar de guiris? ¿hay más música que el pachangueo? ¿hay alguna exposición o centro cultural que no sea la de las dependencias municipales?
Un saludo y disculpa la intromisición.

PopBelmondo dijo...

Hola, bueno, haremos la vista gorda porque sois viajeros. El Pub Tantra se trasladó a otro local en la propia plaza Tutti Fruti. Otros bares y locales que peudes visitar y que pinchan buen música son el Vago´S en calle el Barrio, cerca de la plaza antes mencionada y el Papagayo, chiringuito en la playa de Calahonda (junto al Balcón de Europa). Ahí suele haber actuaciones en vivo. Aunque sea un nombre de guiris el Pub Cochran´s los fines de semana conciertos. En la playa de Burriana también te puedes encontrar con Rincón del Sol. En la prolongación de calle El Chaparil hay otro bar de rock duro, Bucaneros. Espero que paséis unas buenas vacaciones por Nerja. Saludos.